Este local
gastronómico refleja una profunda restauración en su fachada del Siglo XIX, que
fue claramente reparada y resaltada con color blanco, a la cual se añadieron
toldos de color rojo para darle un mayor impacto y notoriedad.
Al ingresar al
espacio semi-cubierto delantero, se percibe el impacto del interior- exterior,
que es proporcionado por el efecto de continuidad con el salón principal
que hace a La Panadería
de Pablo un restaurante atractivo a primera vista.
La temperatura del
ambiente se siente agradable y cálida sin contrastar demasiado con el exterior.
El espacio es
amplio, resaltado por los techos elevados de color negro, que junto con la
galería vidriada convierten a los techos en un importante punto focal
integrador de las distintas partes del local en el momento del ingreso,
llamando también la atención desde la perspectiva trasera, la cocina y la
barra, que son a mi parecer el segundo punto focal de interés.
En cuanto a lo
olores no se perciben en ningún momento del día, lo que nos lleva a observar el
trabajo impecable de los extractores que mantienen el ambiente puro.
En cuanto a los
colores del interior predomina la neutralidad heterogénea que combina
tonalidades de marrones, negro y algunos detalles pasteles sutiles.
Posee ritmo
en sus luces colgantes, mesas, sillas y columnas. Es muy asimétrico y conserva
de todos modos su armonía, elegancia e integridad.
En lo referente a
la acústica, se puede decir que el lugar es muy apacible. No se escucha el
murmullo de las personas, solo la música funcional a un volumen moderado y
placentero.
Por los puntos
descriptos y analizados en los párrafos anteriores, se puede concluir que, La Panadería de Pablo, es
un lugar altamente recomendable para salir de la rutina de las oficinas
circundantes y el ruido del microcentro porteño.
Servicio:
Muy buen servicio a toda hora del dia.
Comida:
Preguntar platos del dia.
Leo Romero